Para nuestra enóloga, Elena Adell, la crianza de un vino no se entiende sin considerar los matices que aportan los distintos tipos de maderas. La barrica por tanto no es un solo un envase para contener el vino, sino que se trata de un instrumento capaz de hacerlo evolucionar.

La barrica hace posible que el vino en crianza lleve una oxigenación lenta, lo que se denomina micro oxigenación. También le aporta aroma y textura para matizar su sabor.

La madera con la que se elabore la barrica debe permitirnos construir un recipiente estanco, pero debe ser relativamente permeable al oxígeno, por lo que deberá tener baja porosidad y alta durabilidad.

La madera que mejor cumple con estas exigencias es el roble, ya que además de cumplir con los requisitos mecánicos, aporta aromas que enriquecen mucho los vinos. Algunos de ellos son pimienta, vainilla, cacao, coco o café. Matices imposibles de conseguir en un vino que no esté en contacto con la madera.

En Rioja la crianza se realiza en barricas de roble de 225 litros, denominadas bordelesas.

Elena Adell selecciona cuidadosamente las barricas en las que se crían los vinos de Azpilicueta. En el próximo artículo te contaremos más.