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Caldo no, gracias
21 Septiembre, 2010

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Lo siento, llevo unos días algo fundamentalista. Desde hace unos meses ya no soporto que en cada rueda de prensa de un bodeguero o de un Consejo Regulador, en una tertulia gastronómica en la radio o en un artículo de prensa escrita, aparezca la palabra caldo como sinónimo de vino. Así que he iniciado una cruzada sin piedad contra esta nefasta costumbre y cada vez que me invitan a participar en un foro público, intento dejar unas líneas o unos minutos para conseguir que algún que otro converso se sume a la causa. Es cierto que quien usa la palabra caldo en lugar del término vino no incurre en una equivocación, no suspendería un examen de Lengua Española. Pero, ¿es acertado hacerlo?

En el diccionario de María Moliner la primera definición de caldo es: “Agua con la substancia de haber cocido en ella carne, pescado, verduras, etc.” Yo me atrevo a añadir que en la mayoría de las ocasiones se toma muy caliente, encontramos grasas y se condimenta con bastante sal. Aunque si seguimos leyendo, en la cuarta entrada, aparece su uso como sinónimo de vino… ¿Me puede explicar alguien qué cualidades del vino se encuentran en esa definición?

Puedo llegar a justificar que alguien lejano al mundo del vino, tras haber usado en varias ocasiones la palabra vino, caiga en llamarle caldo para no pecar de  repetitivo. Pero cuando es alguien que su vida está estrechamente relacionada con el vino, alguien que siente pasión por todo lo que tiene que ver con él, ¿qué miedo o vergüenza puede sentir por tener la boca llena de la palabra vino? Es cierto que se nos complica el trabajo a los que nos dedicamos a contar historias sobre el vino y sobre las personas que los crían, pero ante la dificultad: imaginación, creatividad y menos caldo.

Pues nada, no hay forma de ver la luz al final del túnel. El otro día estaba escuchando en la radio a una de esas vacas sagradas de la gastronomía tradicional (mejor dicho tradicionalista) en un programa de difusión nacional. En la primera frase soltó ya el dichoso caldo cuando arrancó su intervención hablando de “los maravillosos caldos de Sanlúcar de Barrameda”. Por un momento pensé que por fin se haría justicia con las benditas sopas de galeras que se elaboran en Bajo de Guía, en el Barrio Alto o en los alrededores de la Plaza de Toros. Pues no, mi gozo en un pozo… de caldo. En la siguiente frase ya estaba hablando de manzanillas y amontillados.

Confío en encontrar numerosos adeptos a esta causa entre los lectores de estas líneas. No solo es muy importante elaborar buenos vinos, mimarlos en óptimas condiciones hasta la hora de beberlos y no escatimar en detalles a la hora de servirlo y disfrutarlo. Es también muy importante tratarlo con la misma delicadeza y corrección a la hora de hablar o escribir de él. Es el mejor camino para transmitir la pasión que seguro sentimos muchos por la cultura de un alimento como el vino. ¿No piensan que despojamos al vino de todo su glamour cuando lo machacamos con el dichoso caldo? ¿Imaginan unos ojos conquistadores decirle a unos ojos por conquistar si brindan con un caldo de Champagne o con un caldo toscano o de Burdeos? Menos mal que la moda del caldo enológico no se extiende fuera de las fronteras ibéricas, aunque también acostumbren por los alrededores europeos a servir vinos a temperatura de caldo, pero eso lo hablamos otro día.

Por último contaros que es un gustazo aceptar la invitación de la gente de Azpilicueta para participar en este foro y punto de encuentro de aficionados y profesionales del vino. Uno no posee más mérito que el de tener la suerte de trabajar en algo que le apasiona, poner en práctica lo que cada día aprende de personas como Elena Adell y dedicar, eso sí, mucho tiempo al trabajo de campo. Muchos de los usuarios de esta Web tienen la difícil responsabilidad de trabajar en la Sala. La revolución española en la Alta Cocina es una realidad consagrada. Corren ahora tiempos de, entre todos, hacer lo mismo con la sala, de invertir, de reconocer, de estimular a los profesionales encargados de rematar y poner la guinda al trabajo de la cocina.

Lo dicho, un gustazo. Espero que toda relación entre el dichoso caldo y el vino se limite a esas gotas de amontillado viejo que tan bien le caen a un caldito de puchero.

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