De los tallos más mustios y retorcidos que vieron los siglos surge el milagro anual del mayor tesoro que nos brinda nuestra tierra. El vino es un milagro y es un tesoro que las manos más sabias saben trenzar para que se convierta en ambrosía, en éxtasis de ese trabajo compartido entre las cepas y el viticultor. Un producto así sólo podía surgir de la sabiduría mediterránea, del eje de la civilización, de las entrañas de los pueblos que saben extraer la alquimia de su cosmos.

El vino es el regalo de nuestros antepasados que con cada cosecha ponemos al día para mantener una cadena en la que mantenemos tradición, calidad y prosperidad.  La sensibilidad de un país se mide por asuntos así: por el tratamiento hacia sus semejantes o por la calidad y variedad de sus vinos.  Ahora que se habla tanto de la marca España, grandes caldos como los que se elaboran en La Rioja desde decenios atrás son emblema  de presente y futuro de un rincón, de una región, de un país entero. 

Mientras se siga apurando con sapiencia el milagro del vino, acompañado con imaginación y destreza para que se revalorice como máximo tesoro de la tierra, tendremos razones para hablar de desarrollo, de crecimiento. De porvenir. El vino dice mucho de nosotros. Y lo dirá a quienes nos sucedan al pie de estos tallos que en invierno parecen muertos y que en unos meses brotan con generosidad asegurándonos que siempre habrá un mañana en el que confiar y soñar.

Francisco Andrés Gallardo es amante del vino, historiador y periodista del Grupo Joly.