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Mujeres del vino (que no vino de mujeres)
19 Noviembre, 2012

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No es la primera vez que escribo sobre el mundo del vino en femenino. Y tampoco es la primera en la que me siento como si remara a contracorriente defendiendo que las mujeres en el vino somos distintas, pero iguales, que los hombres. ¿Cómooooo? Sí, distintas, pero iguales.
Tenemos historias de lucha parecidas, tenemos las mismas responsabilidades que los hombres en muchos ámbitos y sufrimos las mismas desigualdades que fuera del vino. Porque no voy a negar que nos quedan derechos por alcanzar y camino que recorrer. Pero sí creo que el vino no es distinto de otros sectores, no es más masculino que, por ejemplo, el de las finanzas.

¿Qué sería del vino sin las mujeres y los hombres formando equipo? Hablar del vino no es hablar solo de hombres, hay grandes nombres de mujeres, y a todos nos vendrán a la mente unos cuantos, en la historia vitivinícola mundial. Nombres de lucha, de superación y de prestigio ganado a base de trabajo. Nombres que se equiparan en valía a los nombres masculinos. Y lo mismo que nombres, hay historias de mujeres en el vino que hacen de él un sector riquísimo en sensaciones, en experiencias, pero sobre todo, en personalidades. Por eso quiero contar unas cuantas historias de mujeres del vino:


La Fisna o el sueño de Delia

Delia Baeza se hartó de su trabajo y del estrés diario en la asesoría laboral donde trabajaba para cambiar radicalmente de rumbo. Le gustaba el vino, comenta, pero jamás había pensado dedicarse a él. Sin embargo, el gusanillo ese que nos ha picado a los que trabajamos en esto le hizo apuntarse a un curso de sumiller “pero como al que le da por hacer otra cosa”… y ahí empezó todo.

Descubrió el camino de la felicidad, desde la que ahora mira su pasado con perspectiva: “no es lo mismo que algo te guste que el que te haga feliz”, reflexiona. Y ese camino pasaba por montar una pequeña tienda de vinos en Madrid, en el barrio de Lavapiés, que, asegura, “estaba ahí para mí”. Delia se hizo cargo de “La Fisna”, nombre que tenía la vinoteca antes, y únicamente le cambió el logo por uno más femenino, escogido para indicar “que también las mujeres estamos aquí” y queriendo romper formalidades y tópicos sobre que el vino es elitista o solo para gente mayor y muy seria.

Todos los vinos que tiene en la tienda los ha catado y están disponibles en exclusiva, a través de un pequeño negocio de distribución en el que también participa con su socio, Iñaki. Por ella, reconoce, pasan menos mujeres de las que querría, y según Delia, “son mujeres en su mayoría independientes económicamente y de mediana edad, que sobre todo buscan quedar bien y hacer disfrutar a la gente con la que piensan compartir el vino”.

A La Fisna hoy acuden aficionados al vino de todas las zonas de Madrid, porque la pequeña tiendita de Lavapiés de Delia ha ido siendo poco a poco conocida en el sector. Ya son cuatro los años que hace que Delia empezó en La Fisna y su planteamiento es ir paso a paso, trabajar duro e ir ganando experiencia, claves que cree necesarias para ser considerada en el mundo del vino.
 

Elena Adell, el alma de Azpilicueta
La de Adell es una historia de cómo el talento y la determinación conducen una carrera profesional más allá de la condición femenina y sin importar el sexo.  Riojana de nacimiento, desde pequeña quiso ser ingeniero agrónomo (o ingeniera agrónoma), escandalizando a las religiosas del colegio donde estudiaba, y empezó a estudiar la carrera en Córdoba con tan solo 16 años. Recuerda que perteneció a la promoción que más mujeres había tenido hasta entonces: un total de ocho, y que para sus compañeros era “una niña que hablaba fino” por su acento del norte.

Al acabar, a la ingeniera no la llamaban “ni a las entrevistas”, porque ser mujer en esa profesión era cuanto menos, atípico, y ella no solo era mujer, además era muy joven. Pero optó por buscar un puesto en la Administración, en la Consejería de Agricultura, y fue así como empezó su trayectoria. Entonces no tuvo muchas más opciones, pero su profesionalidad le fue abriendo puertas.

De la Consejería pasó al sector privado trabajando en Bodegas Age, que fue adquirida en 1994 por las ya desaparecidas Bodegas y Bebidas, hoy Grupo Domecq Bodegas, y desde ahí fue trabajando para distintas empresas del grupo hasta llegar a Campo Viejo, su “casa” enológica desde 1998. Su impresión, ahora que los años en el vino le han dado perspectiva, es que no ha sentido nunca discriminación y que los directivos han confiado siempre en su capacidad profesional.

Eso sí, reconoce “noto que en los trabajos relacionados con el sector primario la mujer se recibe con recelo, pensando que no resistiremos, por ejemplo, las condiciones desfavorables del trabajo en el campo. Pero todos hemos de demostrar lo que valemos” apunta, “aunque las mujeres tenemos que hacerlo más veces.”

Está muy satisfecha con el papel que tienen los enólogos hoy día, que ya no son “esos alquimistas escondidos y anónimos” y salen al mercado a mostrar sus vinos y contarlos, y para eso de contar, afirma, “las mujeres somos especialmente buenas describiendo sensaciones, y ese es un punto a nuestro favor”. Pero más allá de hombres y mujeres, Elena considera que cada individuo, con la misma materia prima, haría un vino completamente distinto, cree que se trata de una cuestión de personalidad y no de sexos.

Sobre ese mito de que hay vinos para mujeres y para hombres considera que en el gusto por el vino tampoco influye el sexo, sino el momento en que unos y otros se aproximan al vino. “los jóvenes suelen preferir un blanco dulce primero, luego uno seco y más estructurado, y así, con la experiencia, van prefiriendo vinos más complejos”, pero, cree, “es una evolución lógica”. Opina que los hombres se han aproximado al vino antes que ellas y por eso “llevan ventaja”, pero nota que hay muchísimas mujeres que no prefieren solo blancos y optan por vinos más complejos.

Considera que muchas mujeres han sido educadas en entornos donde los colores, aromas y sabores están muy presentes y por eso mismo su sensibilidad ante determinados estímulos es mayor, pues los sienten como propios (pone el ejemplo de las niñas que aprenden a cocinar y se familiarizan con los aromas de los ingredientes, con las especias…).

Cree que ellas tienen terreno por recorrer para igualar a los hombres en el mundo del vino, pero también piensa que “vamos dando pasos de gigante”. Por eso no duda en participar en foros que promocionan el papel de la mujer en el vino aunque puntualiza que no le gustan los “enfoques excluyentes” donde no se admite a los hombres: “participo para colaborar pero no quiero cargar las tintas”, aunque, ironiza, es un modo de “darles un cachete” porque ellos han sido quienes “han estado haciéndolo durante décadas”.

A las chicas que empiezan en el vino les da un consejo: “entrad sin prejuicios, sin estar a la defensiva, como un igual. Creo en la confianza, el optimismo y el trabajo. Si haces un buen trabajo, la evidencia os dará vuestro lugar”.

Elena recuerda con satisfacción un momento en el que supo que eso le estaba ocurriendo, en una ocasión en la que un grupo de visita esperaba al “enólogo” de la bodega, y cuando apareció no pudo evitar sentir cierto orgullo al decir “el enólogo soy yo, señores”.


Anabel Pascual, periodista vitivinícola integral
Pascual es una de las pocas mujeres en la prensa vitivinícola que, gracias a su trabajo en la agencia de noticias EFE Agro, ha dedicado más de una década a hablar del vino desde el campo hasta la copa. Porque Anabel ha tratado con el sector productor, el agrícola, y también se ha codeado con fuentes institucionales, además de con los grandes magnates del vino y los bodegueros más influyentes del país.

Casi por casualidad, Anabel Pascual entró a trabajar en EFE Agro de la mano de otro periodista vitivinícola, José Luis Murcia. Sin experiencia en el sector, empezó a trabajar el vino desde el campo, y de ocuparse de la región de Castilla- La Mancha fue ampliando su actividad informativa a otras zonas. Pero ya desde el principio se vio enganchada por el encanto del vino, a pesar de tratar con comunicados procedentes de Bruselas que hablaban de chaptalización, promoción en países terceros, OCM del vino… “He encontrado siempre a gente dispuesta a ayudarme, a enseñarme y resolver cualquier duda, desde los agricultores hasta funcionarios de la Administración”, comenta. Recuerda que, a sus veintipocos años, apenas tenía muchas colegas femeninas, lo que le llevó a codearse de igual a igual con, como ella misma afirma “decanos de la información vitivinícola” de este país.

Sabe que su aceptación por parte de una mayoría masculina en el mundo del periodismo del vino tiene mucho que ver con “mi respeto por las fuentes, el estar pendiente del sector” y con lo que considera clave: “las ganas de trabajar y el esfuerzo por obtener resultados satisfactorios”. Hoy día, y aunque de momento no se dedica con la misma intensidad al vino que hace unos años, sus colegas la consideran una excelente profesional.

Respecto a las diferencias entre hombres y mujeres a la hora de informar sobre el vino, Anabel cree que esas distinciones solo vienen marcadas por la sensibilidad de cada profesional, no por el sexo de cada uno. Considera los estereotipos “una estupidez” y cree que iniciarse en el consumo de vino es igual para ellos y ellas; que quien empieza a beber vino “requiere vinos fáciles, poco complicados o complejos, que suele corresponder con blancos o tintos jóvenes o de poca crianza” pero sin distinción por sexos. Después, está convencida de que la propia evolución en el gusto conduce ella sola a vinos con más complejidad. Eso sí, apunta, “depende de la ocasión, pues ahora con el calor apetecen verdejos o albariños bien frescos”.

Confía en la mujer como un nicho de mercado que el vino puede aprovechar porque “es decidida, con curiosidad por experimentar, prudente cuando no entiende y que se deja aconsejar, que empieza quizá escogiendo primero por zonas más conocidas o de las que ha oído hablar y después probando cosas nuevas”.

Se ha codeado con grandes catadores (cita entre ellos a Bartolomé Sanchez, a quien aprecia como profesional y como persona, y a Andrés Proensa, por quien siente un gran respeto) y también ha entrevistado a la elite del vino español, sin dejar tampoco de lado los problemas que aquejaban a una parte tan decisiva en el vino como es el campo.

Aunque lleva unos años apartada del periodismo estrictamente vitivinícola (al que sí se dedica en ocasiones mientras prepara sus temas de agricultura ecológica) no descarta recuperar esa vertiente y sigue manteniéndose al tanto de la actividad del vino. Confiesa que “estoy enganchada a él, intelectual, física y espiritualmente”, y apostilla “con moderación, siempre”.
Anabel Pascual es un ejemplo de mujer que, desde su discreto segundo plano (en un sector con múltiples figuras y nombres propios) ocupa sin embargo un lugar en la mente de los profesionales del vino como una periodista que se ha hecho a sí misma en el sector, a base de tesón y trabajo bien hecho.
 

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