Los pasados días 27 y 28 de Septiembre tuve el placer y el honor de presenciar y formar parte del jurado del IV taller de enología Azpilicueta, una experiencia que lejos de parecer frívola y comercial, resultó ser una experiencia muy cercana y recomendable.

El primer día por la noche, a medida que íbamos llegando todos los participantes del taller desde distintos puntos de la geografía española, nos dimos cita en la emblemática calle Laurel de Logroño, donde los sumilleres que al día siguiente participarían en el taller nos prepararon una deliciosa cena en el restaurante Las Cubanas. Fue en este restaurante donde pudimos compartir buenos platos típicos riojanos maridados con Azpilicueta crianza y reserva, al tiempo que intercambiábamos impresiones de cata e interesantes anécdotas del mundo del vino.
 
Una vez acabada la cena, “cada mochuelo a su olivo” que al día siguiente tocaba madrugar. Al día siguiente tocaron diana a las 7,00h, ¡para que luego digan que el mundo del vino es sólo placer y romanticismo! A las 9 de la mañana nos esperaba Elena Adell, con su equipo técnico en la bodega Campo Viejo, para dar a los concursantes y resto de oyentes una clase “Express” de cata de uvas y elaboración.

Tras una obligada visita por la bodega, se convocaron a los participantes para el taller de enología. Los protagonistas, 20 avezados sumilleres, tuvieron la responsabilidad de ensamblar, utilizando siete muestras diferentes de Tempranillo y una Graciano, un vino cuyas características reflejasen frutosidad, fidelidad a la marca y fácil de beber, ¡casi nada! Estas premisas son fáciles de enumerar pero francamente difíciles de cumplir, cualidades que buscan todos los enólogos en las bodegas en las que ejercen: equilibrio, expresividad y elegancia. Aunque hemos de decir que aquí jugaban con ventaja, el vino ya estaba elaborado y criado en barrica. La finalidad de este ejercicio de ensamblaje está en mostrar lo complicado que resulta mezclar vinos base, muy parecidos entre sí, para conseguir algo diferente y personal.

Fue a mediodía cuando nos tocó al jurado entrar a valorar los vinos propuestos por los concursantes. He de reconocer que la cata resultó muy difícil, ya que los vinos eran muy buenos, pero muy parecidos, y los matices que los diferenciaban eran muy sutiles.
 
Si la cata fue difícil, ni os cuento lo complicado que fue destacar un vino mejor cuando todos son buenos, pero como en la película de los inmortales “sólo puede quedar uno”, así pues, ¡a deliberar!
 
Al final ganó el que, justamente y por votación democrática, resultó el más equilibrado, frutal y sabroso. ¡Chapó por todos los concursantes!

Ya con la fumata blanca de ganador, pero sin publicar el “habemus papam”, pasamos al comedor donde pudimos degustar en la recién estrenada copa Azpilicueta & Riedel, el nuevo vino elaborado por Elena y su equipo dentro de la marca Azpilicueta, Colección Privada Felix Azpilicueta 2007, un vino de marcado carácter mineral en el que están muy bien integradas las notas frutales y especiadas de la madera. Supongo que este tiempo de espera a más de uno le haría reflexionar y comentar con algún compañero el ejercicio de ensamblaje que había realizado.

Finalizada la comida en la que pudimos hablar de lo humano y lo divino nos dispusimos a entregar el premio al mejor ensamblaje del vino objeto del certamen, del cual salió ganador un paisano mío, abulense de pura cepa, José Manuel de Castro, que acertó de pleno en el vino que mejor identificaba el espíritu de la marca.

Para finalizar el encuentro y antes del “arrivederci” Azpilicueta, nos hicimos las fotos de rigor en los patios de la bodega.
 
Como conclusión, he de decir que es una interesante y justa actividad, en la que el sumiller, que no deja de ser la cara y la voz del vino ante el comensal, se siente implicado e involucrado en un proyecto vinícola de marcado carácter de calidad.
 
Salud y buen vino para todos.